Un nuevo análisis de los restos de las víctimas de la pandemia de gripe de 1918, que se cobró la vida de unas 50 millones de personas en todo el mundo, ha arrojado una nueva luz sobre quiénes corren más riesgo de morir en el caso de contraer el virus.
Los resultados del estudio, publicados esta semana en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), contradicen la popular creencia de que, a principios del siglo pasado, los jóvenes tenían las mismas probabilidades de fallecer que los que ya estaban enfermos o frágiles de salud. Por el contrario, evidencian que quienes corrían el mayor riesgo eran las personas con indicios de «estrés ambiental, social y nutricional».
Los investigadores analizaron los restos de esqueletos de 369 individuos que murieron entre 1910 y 1938, todos de la colección del Museo de Historia Natural de Cleveland (Ohio, EE.UU.), y dividieron las muestras en dos grupos: el de control (aquellos que murieron antes de la pandemia) y el de los fallecidos durante la pandemia.
El análisis de la estructura esquelética reveló que los factores sociales y económicos, así como las condiciones médicas preexistentes aumentan el riesgo de un desenlace letal, poniendo en evidencia que la variación en las experiencias de la vida influye en la morbilidad y la mortalidad, incluso durante una pandemia causada por un nuevo patógeno.
«Los resultados contradicen las suposiciones previas sobre la mortalidad selectiva durante la pandemia de gripe de 1918. Incluso entre los adultos jóvenes, no todos tenían las mismas probabilidades de morir; entre aquellos con indicios de estrés sistémico se registró una mayor tasa de mortalidad», señala el estudio.
Además de las enfermedades preexistentes, como asma o insuficiencia cardíaca congestiva, el racismo y la discriminación institucional también pueden contribuir al incremento de la probabilidad de morir por una enfermedad infecciosa como la gripe o covid-19, advierten los investigadores.
«Lo vimos durante el covid-19, cuando nuestro entorno social y cultural influyeron en quiénes tenían más probabilidades de morir y quiénes tenían más posibilidades de sobrevivir», indicó la autora principal del estudio Amanda Wissler, de la Universidad McMaster (Canadá).
«Nuestras circunstancias, sociales, culturales e inmunológicas, están todas entrelazadas y siempre han moldeado la vida y la muerte de las personas, incluso en un pasado remoto», explicó.