Europa se enfrenta a una crisis sin precedentes, marcando la semana más oscura desde la caída del Telón de Acero. Mientras Ucrania se debilita y Rusia gana terreno, la política exterior de Estados Unidos, ahora encabezada por Trump, parece reorientarse, dejando a Europa sin el respaldo tradicional que le ha servido durante décadas.
Este cambio de estrategia ha generado incertidumbre sobre la capacidad de defensa y la estabilidad de la región, obligando a los líderes europeos a reconsiderar sus prioridades de seguridad y defensa.
En declaraciones recientes, Trump ha criticado duramente a Zelensky, calificándolo de “dictador” y minimizando su papel en las negociaciones de paz, al tiempo que sugiere que Zelensky y Putin deben “juntarse” para terminar con el conflicto.
Además, el expresidente ha insinuado que la falta de compromiso de líderes europeos como Macron y Starmer agrava la situación, lo que ha dejado a Europa vulnerable y con la incertidumbre de que, en caso de agresión rusa, el apoyo estadounidense pueda verse comprometido. Esta postura de Trump contrasta con el tradicional apoyo a Ucrania y pone en entredicho la fiabilidad de Estados Unidos como aliado en la defensa de la OTAN.
La situación obliga a Europa a repensar su estrategia: debe fortalecer su capacidad militar, aumentar el gasto en defensa y aprender a ejercer el poder duro en una era de incertidumbre global. Con economías envejecidas, altos niveles de deuda y un gasto social desproporcionado, el continente se ve en la necesidad de impulsar reformas profundas que le permitan rearmarse y proyectar poder de manera independiente.
La posibilidad de explotar de manera unilateral los fondos rusos congelados y la necesidad de establecer un mando unificado para las relaciones con Ucrania, Rusia y Estados Unidos son medidas que, según algunos expertos, podrían marcar un antes y un después en la defensa europea.