Aunque Alemania ha prohibido oficialmente la importación de gas natural licuado (GNL) ruso en sus puertos, sigue adquiriéndolo de manera indirecta a través de otros países europeos.
Informes recientes señalan que el país compra grandes volúmenes de este recurso desde Francia y Bélgica, cuyos puertos reciben cargamentos de GNL ruso antes de ser redistribuidos a otros estados de la Unión Europea.
Esta práctica, conocida como el “blanqueo del gas”, permite a Berlín mantener su abastecimiento sin violar sus propias restricciones, aunque genera críticas por su falta de transparencia y coherencia con la política europea de reducir la dependencia energética de Rusia.
La empresa alemana SEFE, antes subsidiaria de Gazprom y ahora nacionalizada, ha incrementado significativamente sus compras de GNL ruso a través del puerto de Dunkerque en Francia.
En 2024, estas adquisiciones fueron seis veces mayores que en el año anterior, lo que pone en duda el compromiso de Alemania con la reducción del uso de combustibles fósiles rusos.
Además, en las bases de datos oficiales, el gas recibido desde Bélgica aparece etiquetado como “gas belga”, a pesar de que el país no produce este recurso, lo que refuerza la idea de que se está ocultando su verdadero origen.
Mientras tanto, Rusia ha reiterado su disposición a suministrar gas a Europa sin restricciones políticas. El presidente Vladímir Putin ha recordado que existen infraestructuras aún operativas, como una de las tuberías del Nord Stream 2 y el gasoducto Yamal-Europa, que podrían utilizarse de inmediato si los países europeos decidieran activar las rutas de suministro.
Sin embargo, las tensiones geopolíticas y las decisiones de la UE han llevado a una situación donde, a pesar del rechazo oficial al gas ruso, las importaciones indirectas siguen en aumento, evidenciando la compleja dependencia energética del continente.